El municipalismo

El municipalismo no consiste en presentarse a las elecciones locales ni en ganarlas. No se refiere a la buena gobernanza local, ni se conforma con un ayuntamiento que impulsa políticas progresistas. El municipalismo no insinúa que las ciudades globales piensan y votan “bien” y la gente de otros lugares, no tanto.

El municipalismo es proximidad. Es transformación. Es vida. El municipalismo es, sobre todo, una práctica. Asimismo no carece de horizonte; nos ofrece una herramienta única para liberarnos de los múltiples sistemas de opresión que nos atraviesan.

El municipalismo prefigura una sociedad justa y democrática mediante la autoorganización ciudadana. Es empoderamiento colectivo e individual.

El municipalismo es impugnador. Rechaza el Estado, colonialista y patriarcal. Pero se burla, también, de la llamada “gobernanza multinivel”. Su aspiración no es que los demás niveles gestionen mejor, sino que se disuelvan.

El municipalismo es el anarquismo tuneado. Ve en el ayuntamiento la única institución del Estado tal vez recuperable por la ciudadanía (tal vez).

El municipalismo es colaborar en red. Es federarse de manera voluntaria en base a valores y objetivos comunes.

El municipalismo es revolucionario sin ser purista. Es radicalmente pragmático; un proceso que construimos a través del ensayo y error, colectivamente, con la mirada puesta en lo cotidiano.

Quienes aspiramos a ser municipalistas tenemos el reto de poner en valor las victorias pequeñas sin perder de vista la transformación estructural que pretendemos impulsar. Hay que evitar que el municipalismo se vuelva eslogan. Hay que hacer que desborde sentido político. Para que nos siga moviendo. Para que nos siga conmoviendo.

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Murray Bookchin